martes, 13 de febrero de 2007

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (III) "Compro, vendo, cambio"


C O M P R O, V E N D O, C A M B I O
Rodrigo D’Ávila


Un mediodía cualquiera, de cualquier viernes, en cualquier año. La estación es lo de menos: soleado otoño, abrasador estío o helador invierno. Llueva o nieve, traseguemos vino o sorbamos chupitos de humeante caldo. Si es viernes - aunque caiga en trece - y no festivo; ahí, en el Águila, al pie de la barra, en los salones, bajo los soportales atestados o fuera, en el amplio paseo que discurre paralelo a aquéllos, una pléyade de varones jóvenes y maduros, ruidosos o circunspectos, severos o gesticulantes, discuten los unos con los otros, de dos o en dos o todo lo más en pequeños grupos.

El objeto, uno sólo o tantos como se quiera con las infinitas variables que se puedan presentar: hacer tratos, tratar en el negocio del ganado, también en la agricultura. Es el mercado semanal, la lonja por antonomasia, el zoco de los viernes en el mercado de los mercados: el Grande.

Pana o paño, siempre de oscuro o como mucho marrón, boinas y sombreros se confunden bajo un maremagnun de acentos que surcan el aire. Gentes llegadas de la austera Moraña, la escarpada Sierra, la perenne tierra de Pinares, el lozano Tormes y Corneja o el multicolor Tietar; aunque, silencio... escucho además tonos de allende los confines de esta provincia.

Vacuno, lanar, porcino y hasta caprino... Cereal, pienso, paja, legumbre o forraje. Todo se compra o se vende, se troca, permuta o concede graciosamente (“Quién regala bien vende... si el que recibe lo entiende”). Favor por favor, sumaria subasta, primitivo trueque, cientos de operaciones, varias a veces con igual objeto y durante la misma mañana.

El trato se cierra con un apretón de manos - el papel no sirve, o mejor, maldita la falta que hace - y después un trago de vino o cerveza en el Águila o los cercanos Florida, Piquio o Pepillo.

En apenas unos metros cuadrados se despliega un universo de sonidos, gestos, también palabras y hasta música. Un run run que todo lo envuelve y se dispersa hacia los cuatro puntos cardinales de la plaza: desde el arco del Alcazar a San Pedro, de una a otra acera del Grande. Es el mercado de los viernes al pie de los soportales.

Todo se compra o vende, lo que tenga cuatro patas - a veces con dos sobra - el dorado trigo, la humilde cebada, el verde pasto o las blancas alubias. Todo puede ser objeto de trueque, la palabra basta, la palabra... y el apretón de manos que misma cosa vienen a ser.

No existe el IVA, ni siquiera el ITE, aún no se han inventado, o... ¿tal vez sí? Da lo mismo, este es otro mundo, los tratos se consuman mientras se habla del tiempo, la cosecha o la última faena de “el Viti” en las Ventas o en la feria de Salamanca.

Al final, con cartesiana precisión, todo cuadra. Pareciera el negocio fuera la excusa para tomar un chato y verse. ¡Craso error! El trato es el auténtico motivo para permanecer horas a pie firme, todos lo saben, en ello están, sin embargo hay que ocultar el interés por esas vacas, aquellos terneros o estos lechones. Si demuestras tu atención en demasía el otro lo aprovechará, no se trata de jugar al engaño, tampoco el regateo es lo primordial y no se abusa de él, es eso y mucho más que eso, algo así como un código consentido y por todos aceptado. Por otra parte, esta gente es seria, jamás dará una peseta de más - puede que, llegados a un extremo, tampoco de menos - de lo que cada uno crea en justicia vale esa fanega de centeno o el kilo de cordero en vivo.

Es el mercado de los viernes. Antes, mucho antes de que lo sacaran al extrarradio, entonces cuando no hacían falta notarios, talones, bancos, y me atrevería a asegurar que ni tan siquiera... el propio ganado.

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