domingo, 10 de enero de 2010

UN VIAJE A LA NOSTALGIA " (LV) "El hombre tranquilo"


EL HOMBRE TRANQUILO
Rodrigo D’Ávila



Allá por la primavera de mediados de los sesenta mi itinerario matutino camino del Instituto discurría, entre otros lugares, por el jardín de San Roque; no recuerdo ahora el motivo -supongo serían obligaciones docentes- sin embargo, seguro estoy de que al menos durante un par de semanas hube de transitarlo antes de lo habitual, a primerísimas horas de la mañana, definitivamente antes de las ocho.

¿Y a cuento de qué aparece ahora esta tempranera evocación? No, no se trata de que pretenda auto-imponerme medallas al trabajo -sin tampoco considerarme un dormilón- no era yo de los que comenzara la jornada a maitines sin verme obligado a ello.

No más preámbulos, diré que la puerta abierta para este entrañable retorno al pasado ha sido un cuadro, sí una pintura que hace poco y por casualidad vi colgada en una galería de arte contemporáneo.

El motivo: un paisaje, un panorama bucólico en el que aparecía un valle -probablemente en primavera- con cereales, algún árbol, amapolas y demás aditamentos que suelen adornar aquéllos. Una vista común y al alcance de cualquier lugar del mundo.

Durante aquellos quince días, o mejor diez que en realidad eran los lectivos, en un recodo del jardín y sospecho que a cobijo de pelmazos, coincidí con un pintor que, ante su lienzo sobre el caballete, observaba el Amblés -cuando por entonces la visión desde el parque hacia el sur era la práctica nada-. Artista digo, que en calma y como si el tiempo no pasara, igual que si fuera el último hombre sobre la tierra, ajeno a todo se afanaba en su incomparable tarea creativa.

Desde el primer día en que me crucé con él y hasta el último en que por la razón que fuere deambulé a tan intempestivas horas a través de aquél idílico lugar, no dejé uno sólo de pararme a su vera y contemplar durante un rato el progreso de su obra.

Apenas cruzaba dos palabras de saludo con aquel hombre grande -a mí así me lo parecía- y seguro que, no me pregunten porqué, también gran hombre de larga melena y barba asimismo blanca, ataviado de blusón que en su día fuera negro salpicado por gotas que formaban un arco iris en pasta multicolor. En silencio, imperturbable, bañado todo él por esa increíble luz del amanecer abulense, aquel individuo continuaba dando forma a su creación.

Un día deje de pasar por allí tan temprano, lo haría mas tarde y él ya no estaba -pudo terminar su trabajo y no volver- lo cierto es que jamás lo volví a ver, nunca supe su nombre, tampoco conocí su obra más allá de aquella tela que día a día vi tomar forma y color, crecer en fin, no obstante a pesar de los años trascurridos no he olvidado la pintura ni el autor.

Pues bien, ese mismo paisaje es el que días atrás, en calma, tranquilo como aquel enorme y puede que bohemio artista, he vuelto a contemplar. Lo curioso es que el motivo había cambiado, o al menos lo que yo veía: al fondo el valle, más atrás el caballete y en primerisimo plano, casi saliendo del cuadro, el artista con un blusón que quería ser negro y a su lado, también de espaldas y con su inseparable mochila al hombro, un niño de pelo rubio que absorto mira el lienzo.

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