jueves, 2 de febrero de 2012

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (LXI) "Un tipo genial"




UN TIPO GENIAL
Rodrigo D’Ávila





Cuando te propones escribir sobre algún acontecimiento que te marcó, en especial si de lo que se trata es de describir a personas que has conocido, necesitas apoyarte en la distancia. Este axioma, que siempre he seguido, se convierte en indispensable cuando el sujeto al que deseas acercarte mediante la escritura ha estado muy cercano a ti; entonces ese trecho debe multiplicarse de manera exponencial a la proximidad que hayas mantenido con esa figura. Sin embargo, como no es posible lograr distancia física, por mucho que el protagonista nos haya abandonado, ¿de qué manera te enfrentas al desafío? Considero que no existe otra que la lejanía en el tiempo. La espera paciente a que transcurran los años y el vacío se transforme en serenidad, el recuerdo en ponderación y la ausencia en sosegada ecuanimidad.

La persona, magnífico ser humano -vaya eso de primeras y sin ambages por delante- al que con mínimas pinceladas pretendo retratar, hace varios años que nos dejó. Creo llegado el momento por tanto para, desde la humildad de un puñado de líneas, rendir homenaje a su trayectoria vital durante los casi ochenta años en que disfrutamos de su compañía, que tanto bien nos hizo en todos los sentidos.


“Cuando nací, mi padre era un ser que a veces aparecía para aplaudir mis últimos logros…”

Si pudiera dibujarle con la magia de las palabras en apenas dos o tres, me quedaría con éstas: “era un hombre bueno”, nada más y nada menos. Pese a lo devaluado de esta expresión, no encuentro calificativo que mejor pudiera definirle. En efecto, desde ese trampolín -su hombría de bien-, construyó su vida, pues todas sus demás facultades y virtudes, que eran muchas, las puso al servicio de ese objetivo principal: hacer el bien, pasar por esta vida ayudando a la gente. No obstante, este propósito primero no aparecía como tal, nunca se lo puso como meta, todo lo contrario, actuaba de manera instintiva muy lejos de ser premeditada; apenas le costaba esfuerzo, o eso aparentaba, le salía natural pues su actitud la llevaba instalada en él, era intrínseca a su personalidad.

Todo lo demás que pudiera atribuírsele (profundo compromiso cristiano, inteligencia, preparación profesional, caridad, don de gentes, simpatía, humildad, memoria, sentido del humor…) adquiría el carácter de subsidiario a lo principal, o mejor, lo ponía a su servicio. Las capacidades y habilidades se convertirían así en instrumentos que coadyuvaban al natural y espontáneo propósito primero: la generosidad para con los que le rodeaban.

“…Cuando me iba haciendo mayor, era una figura que me enseñaba la diferencia entre el mal y el bien…”

Nació, a medias por casualidad y por el trabajo de sus padres -maestros-, en un pueblecito de la Moraña cercano a la capital, en donde dejó una parte de su corazón, pese a que la práctica totalidad de su vida transcurrió en Ávila. Sólo las interrupciones de los cinco años de carrera en Salamanca y el puñado de meses en las Milicias Universitarias (Monte la Reina y Vitoria), representan un paréntesis en su dilatado recorrido al pie de las murallas.

No quiero detenerme en exceso en su faceta laboral. Siempre fue un profesional de prestigio, tanto en su vertiente pública como privada. Apenas decir que todos los asuntos en que trabajaba los vivía como suyos, y ello le costaba no pocos momentos de preocupación que siempre excedían a su jornada diaria. Vamos, que no le era sencillo desconectar, eso también iba con su carácter.

Dotado de una memoria prodigiosa para lugares, fechas y sucedidos -de la que también se sirvió en su vida profesional-, gustaba hacer gala de ella para solaz de amigos y conocidos. Si bien, entusiasmado durante sus exhibiciones no se percataba de que a veces resulta más conveniente el célebre “tupido velo”. Y si no, escuchen una nimia conversación que con un matrimonio conocido pudo mantener por aquel entonces:

- Hola, ¿cómo estáis?- pregunta nuestro protagonista a modo de saludo, para de inmediato continuar:

- ¡Felicidades!

- ¿Por qué? – pregunta a su vez el marido.

- Hoy hace treinta años que os casasteis.

- Pues este fantoche, ni siquiera se ha acordado, desde esta mañana le estoy esperando - termina la señora con un enfado considerable.

Era un verdadero erudito en historia de España contemporánea (periodo prerrepublicano, II República, Guerra Civil y posguerra). Poseía una gran biblioteca en la que esta época tenía una extraordinaria representación, además de todo lo aquí publicado, se había agenciado ediciones del extranjero que resultaba imposible conseguir en nuestro país, entre otras razones porque estaban prohibidísimas.

Tenía otras aficiones, como la música clásica, zarzuela y también comedia musical, que cultivaba en los pocos ratos libres de que disponía.

“…Durante mi adolescencia era la autoridad que ponía límites a mis deseos…”

Se fue hace tiempo, a las puertas de un otoño que aquel año fue más gris y decadente. Sin hacer ruido, dejando una huella indeleble en todos los que tuvimos la suerte de conocerle. Su conducta siempre, para con todos, representaba algo así como el protagonismo que desempeñan esos elementos de la reacción química, catalizadores creo se llaman, que pareciera no intervinieran en el proceso, y no obstante éste no sería lo mismo sin ellos estar presentes. Para con sus hijos y personas cercanas, igual que la red de los acróbatas, su presencia no coartaba su autonomía, su libertad -ese valor tan idolatrado ahora-, sin embargo de continuo estaba ahí, para redimir de cualquier perjuicio que pudiera devenir en irreparable. Ya nos abandonó. Jamás pensé que el hueco abierto entonces resultara tan difícil de colmar. A decir verdad nunca he logrado llenarlo. El inmenso dolor del principio, poco a poco ha trocado en melancolía, en dulce añoranza que me asalta a menudo y me niego a rechazar, todo lo contrario, igual que ahora mientras escribo, siempre disfruto de su recuerdo, bueno… en realidad cuando evoco su figura lo que sucede no es que retorne a mi memoria, es que en verdad gozo con su presencia.

“…Cuando fui adulto, se convirtió en el mejor consejero y amigo que tuve.”

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