miércoles, 21 de marzo de 2007

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (XVII) "Cuando estalla la noche"



CUANDO ESTALLA LA NOCHE
Rodrigo D’Ávila




Es ya noche cerrada de un otoño que, como tantos otros en esta tierra, se desprende de su formal tibieza en cuanto el padre sol se oculta en el horizonte allá a lo lejos por entre Villatoro y la Sierra, al tiempo despliega en toda su crudeza el frío, ese frío polar -aunque eso sí, seco- al que tan acostumbrados estamos y gracias al cual, puede que a nuestro pesar, bien ganada fama -casi leyenda- hemos alcanzado por doquier.

El bullicio de instantes antes ha dejado paso a un silencio cuasi mágico, las tenues y escasas luces que iluminan la plaza se han apagado y, entre la penumbra precursora de la luz colorista y fugaz, se adivina una confusa masa de gente que aguarda nerviosa el comienzo del tantas veces repetido, y sin embargo cada año tan original como siempre, espectáculo.

La jornada resultó agotadora, la ciudad ha exhibido sus mejores galas en el día de la patrona. Radiante recibió a cientos, miles de forasteros. De nuevo la Santa repite el milagro: el sol ha brillado en todo su esplendor, tanto, que ahora cuando acaba el día parece nos hubiera dejado de su mano para que todo retorne a su estado natural, a lo que ha de ser esta tierra de sol y hielo; ya toca lo segundo y el frío se apodera de rostros y hasta de las miradas que embobadas se dirigen hacia el negro manto otrora celeste, mientras el vaho que surge a borbotones de las comisuras de los labios ayuda a calcular la medida de admiración con que cada uno de los presentes aguarda el comienzo de la función, por otra parte la más social de todas cuantas componen el programa de fiestas.

Niños y grandes, varones y mujeres pueden participar en esta celebración, el nivel económico, la puntualidad o cualquier otra circunstancia resulta irrelevante para la mejor o peor contemplación de cuanto va a suceder en unos instantes. En la misma plaza, desde el Rastro, en balcones o ventanas, o en fin, situados en el magnífico observatorio de la Encarnación o los Cuatro Postes, cualquier lugar es bueno. Pero no nos distraigamos, el espectáculo comienza...

Varios estruendos como de aviso preludian fogonazos, culebrillas, cascadas, estrellas... mil y una luces confluyen en la negra noche e iluminan por instantes el lugar y sus contornos. De repente, en un abrir y cerrar de ojos, se hace de día; un iluso recién llegado incluso podría atreverse a especular con que el hombre al fin logró dominar la naturaleza.

Observo la multitud, cuanto más arriba ascienden cohetes y obuses en idéntica progresión más pequeño, indefenso, apegado a la tierra me veo a mi mismo y a todos los que en comunión participamos en esta ceremonia de ruido y color. ¡Cuanto daría por elevarme igual que esos cohetes!

Apenas unos minutos y todo ha terminado. Con la misma urgencia que al concentrarse, la gente despeja la plaza y vuelve el silencio. La mágica noche retornará dentro de un año, pero eso será otra historia siempre repetida y siempre por descubrir; lo que ahora, en este momento nos ocupa a todos no es otra inquietud que el pensar que una vez concluida la velada, mañana, de nuevo, nos aguarda la rutina diaria. Eso es lo que tienen las fiestas, disfrutas de ellas hasta el último instante y luego, quieras o no, siempre -inexorable y fiel a su cita- comparece imperturbable el siniestro lunes.

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