martes, 29 de abril de 2008

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (XLV) "Trepar, saltar, husmear...tal vez soñar"




TREPAR, SALTAR, HUSMEAR…TAL VEZ SOÑAR
Rodrigo D’Ávila



Imagino que, de ser constitutivos de un delito o una falta, los hechos que ahora me propongo relatar seguro ya habrán prescrito o en cualquier caso gozarán de atenuantes decisivas -aunque alguna de ellas no se encuentre tipificada- como la minoría de edad, la núbil inocencia, el ansia de aventuras o la total ausencia de ánimo de lucro.

Tendría, tendríamos escasamente la edad mínima necesaria, ni un año más, para caminar, trepar o escalar con autonomía. Esa que se halla en la frontera de la imposible separación ni un metro de tus padres, y esa otra en que ya permiten te ausentes por cierto tiempo en algún lugar de todos conocido, sin que deban molestarse en comprobar a cada rato si allí sigues.

Era precisamente ese momento el que la pandilla aprovechaba para escapar y acceder, desde recónditos lugares que muy pocos conocían, al adarve (*) de la muralla que entonces no era, ni mucho menos, el paseo en que hoy día se ha convertido. Si pretendiéramos una inaudita comparación, se podría decir, sin exagerar, que la equivalencia de ese trayecto entre el entonces y la actualidad sería tanto como contraponer un camino pleno de agujeros y socavones con una funcional autopista de cuatro carriles.

Con el buen tiempo y casi siempre al atardecer, no más de cuatro o cinco chavales nos juntábamos para dar comienzo a nuestra particular aventura. Ahora, con la distancia, serenidad y sobre todo prudencia que el tiempo otorga, adquiero plena conciencia del peligro al que, atolondrados, gratuitamente nos sometíamos. Porque veníamos obligados a saltar, reptar, trepar y a veces hasta a quedar suspendidos sobre el vacío, para así cubrir nuestra arriesgada ruta. Y que nadie aventurase la posibilidad de que alguno, juicioso, optara por detenerse y no seguir… En aquella insensatez en la que nos movíamos nadie osaba pudiera ser tachado de gallina para los restos, la palabra cordura no existía en nuestro vocabulario, o si se nos representaba, su sinónimo no era otro que cobardía. Y claro, por ahí no estábamos dispuestos a pasar.

Allí, desde lo más alto, contemplábamos a la tibia luz del atardecer una panorámica que muy pocos, al menos de nuestra generación, habían visto. El valle se extendía a nuestros pies y, más próximas (hacia dentro o hacia fuera), las iglesias, ermitas, palacios y casonas nos desvelaban sus secretos más íntimos, arcanos ocultos para el común de los mortales abulenses.

Ya de anochecida, con el miedo agarrado al gaznate y la adrenalina a tope, regresábamos de nuestra particular aventura mucho más cansados, punto excitados y acaso… algo más mayores.

(*) Adarve: Camino situado en lo alto de una muralla, detrás de las almenas; en fortificación moderna, el terraplén que queda después de construido el parapeto.

No hay comentarios:

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.