martes, 9 de octubre de 2007

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (XXXVI) "Una fuerte explosión de gas"




UNA FUERTE EXPLOSIÓN DE GAS
Rodrigo Dávila





Parece que lo estoy viendo como si acabara de ocurrir, fue aquel uno de esos acontecimientos que se te quedan grabados de forma inalterable a la manera de un tatuaje que el tiempo no lograra borrar. Entonces ya era adolescente, casi un jovencito, y podía comprender con mayores elementos de juicio el alcance del evento; un hecho que, sin tratar de ponerme trascendente, seguro pudo cambiar o cuando menos apresurar la sucesión de episodios que han seguido en la historia, en nuestra historia más reciente. No sé muy bien de que manera, pues ello entra dentro de lo que podríamos calificar como política ficción, pero seguro estoy que de no haber sucedido las cosas tal y como acaecieron muy posiblemente el final hubiera sido otro, y mucho me temo que acaso fatalmente peor.

Era de mañana, una gris y fría mañana de diciembre. En la calle ya se respiraba ese, por rutinario, casi insoportable ambiente navideño. Espumillón, bolas, campanillas y minúsculos Papa Noel en brillantes colores de aquel plástico duro, prácticamente irrompible colgaban por doquier. Los escaparates se habían engalanado, y como de un tiempo a esta parte era costumbre proliferaban los árboles de Navidad intentando ganar terreno al tradicional y autóctono Belén, con su misterio, pastorcillos y demás.

Seguro disfrutaría ya de vacaciones, porque a esas horas de otro modo jamás seguiría en casa. No sé la razón, tampoco era lo habitual, pero algo me impulsó a conectar la radio, aquella enorme y magnífica radiogramola Phillips como la bautizamos -o quizá así se denominara técnicamente entonces- por componerse de una estupenda radio sobre la que descansaba un extraordinario giradiscos automático, capaz para programar la audición de varios sucesivos. Como digo, giré la rueda del encendido, luego hice lo mismo con la correspondiente al dial y escuché extrañado como en todas las emisoras salía al aire una similar programación: música clásica convencional en unas y sacra en otras.

Paré en una cualquiera de ellas, seguro radio Nacional -la única que emitía noticias- y distraído permanecí unos minutos escuchando. No hube de aguardar mucho, de repente paró la melodía al tiempo que una voz grave e impostada -gemela a las otras que recitaban los “partes”- comenzó a leer un comunicado: “Como venimos informando, a primeras horas del día de hoy, en la calle Claudio Coello de Madrid, se ha producido una fuerte explosión. Aunque las informaciones son contradictorias en este momento, se cree puede haber sido ocasionada por el gas... En la deflagración se ha visto involucrado el Excmo. Sr. Presidente del Gobierno, Almirante Don Luis Carrero Blanco.”

Finalizaba el comunicado anunciando nuevos detalles para el siguiente informativo y se invitaba a los oyentes se mantuvieran a la escucha.

No hacía falta ser un lince para sospechar la comisión de un atentado, de un magnicidio como grandilocuentemente se dice, puesto que eso de la explosión de gas no se lo tragaba nadie. ¿Pudiera ser posible que hasta la providencia se hubiera puesto de parte de la oposición al régimen?

Aguanté un poco más y al poco las noticias fueron confirmando las primeras y lógicas sospechas: un atentado por voladura de una carga colocada en el subsuelo de la calle Claudio Coello -itinerario matutino habitual del señor Carrero- que había hecho, literalmente, saltar por los aires el Dodge Dart oficial en que viajaba. La explosión fue de tal calibre que el vehículo, superando una enorme tapia, acabó en el otro lado, justo en una terraza sobre el patio de un colegio religioso en cuya capilla precisamente terminaba de oir misa el Almirante.

Salí a la calle, la gente estaba nerviosa, angustiados unos, soliviantados otros. Entré en un café, todos allí comentaban el suceso: el ejercito acuartelado, el gobierno reunido, manifestaciones de la ultraderecha y confusión... una extraordinaria y abrumadora confusión que todo lo dominaba.

Sostener que aquello pudo cambiar el rumbo de todas y cada una de las vidas de la gente corriente tal vez resultara exagerado, no obstante, lo que sí me atrevería a asegurar es que desde entonces, primero de manera imperceptible y después -en no más de dos años a raíz del otro gran acontecimiento- como una marea que todo lo inundara, la vida pública de este país dio un giro copernicano, y ya es sabido que aquélla, en mayor o menor medida, de una u otra manera, tarde o temprano acaba por entrometerse en la existencia del común de las gentes, hasta en aquéllas más sencillas y nada comprometidas. ¿O acaso sea al revés?

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