lunes, 13 de agosto de 2007

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (XXX) "Érase un artefacto varado"






ÉRASE UN ARTEFACTO VARADO
Rodrigo Dávila

Han transcurrido tantos años... Aún así, y pese al tiempo de que he dispuesto para especular en torno a aquel suceso, hoy no podría asegurar si lo que voy a relatar acaeció en realidad o tan sólo se lo debo a la imaginación, a mi fantasía infantil ávida de aventuras, del disfrute, aunque nada más fuera un poco, de una vida a imagen y semejanza de aquellos héroes semanales de los tebeos o de los personajes surgidos de la pantalla en alucinantes tardes de sesión continua en el “Principal”, “Lagasca”, el “Cinema” o, más adelante, el “Tomás”.

Sí que puedo asegurar que era verano, o acaso primavera muy avanzada, lo cierto es que el curso había concluido, esto más que anotarlo en el haber de mi memoria lo deduzco, pues de no ser así mi contemplación directa de los hechos hubiera resultado pocos menos que imposible.
Era muy niño, de eso tampoco me cabe la menor duda pues acudí al lugar de la acción acompañado de alguien mayor, no recuerdo de quien.
Pero vayamos con el sucedido, aquel episodio inolvidable y rocambolesco al que el paso del tiempo - o quizá porque así lo fuera de por si - ha dotado de un barniz de ilusión, de mágico sueño que los años se han encargado de mitificar.

Puede fuera media mañana, mediodía de uno soleado con pájaros cantarines, vencejos sobrevolando los cubos de la muralla y todo eso... Apenas había puesto el pie en la calle, cuando alguien, seguro que de mi edad, agitado y nervioso me espetó:
- ¿Te has enterado...?

- ¿De qué?- pregunté a mi vez contagiado de la emoción que transmitía el mensajero.

- Un avión se ha visto obligado a hacer un aterrizaje forzoso en el antiguo campo de aviación de la carretera de Sonsoles.

- ¡Amos anda! - respondí incrédulo - ¡No me tomes el pelo!

- Que te digo que es verdad - insistió - acompáñame hasta el Rastro y te convencerás.

Corriendo nos acercamos, y desde el mirador pude comprobar la autenticidad de aquella asombrosa noticia.

En efecto, a lo lejos, en el erial a la izquierda de la carretera que conduce al Santuario, muy cerca de la enorme nave que siempre identifiqué con un hangar, y perfectamente visible, reposaba sereno, como si allí hubiera estado siempre a la espera, un viejo bimotor de hélice cuya carlinga, gris azulada, lanzaba cegadores destellos que llegando hasta nuestros atónitos ojos de par en par abiertos pareciera nos invitara a su contemplación más cercana.

La gente, pese a que el aterrizaje no hacía mucho había tenido lugar, se arremolinaba alrededor del artefacto al tiempo se aproximaba lo que permitían unos números de la Guardia Civil, cuya presencia advertí no por ellos, a los que no distinguía, sino por dos Land Rover verde oliva aparcados junto al hangar.
Así que era eso. El ruido que esta mañana temprano me despertó sobresaltado y que pensaba había soñado: un avión de esos que tantas veces había visto en el cine y en los cromos.

En este punto es donde los recuerdos se tornan más difusos. No sé como, con quien, ni a que hora, lo cierto es que la siguiente imagen que acude a mi memoria es la del aparato a escasos metros de mí. Por lo que podía ver el artilugio se encontraba intacto, no recuerdo los distintivos que seguro tenía en el fuselaje, desconozco por tanto si se trataba de un avión militar o civil, de lo que no me cabe la menor duda es que allí como de guardia se encontraban dos individuos - por cierto, me parecieron enormes - ataviados con cazadoras de cuero y botas altas charlando con el oficial al mando de las fuerzas que protegían el aparato.
Este acontecimiento acompañó mis sueños las noches que siguieron, tal vez por ello haya perdurado en mi memoria ligado a tantos otros, estos sí que ensoñaciones y hasta pesadillas, hasta el punto de que ahora, con el paso de los años, me sienta incapaz de distinguir entre fantasía y realidad. Aunque... bien pensado, quién sabe si ambas no serán la misma cosa, y por eso hoy puedo afirmar, sin temor a equivocarme: total que más dará.

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