jueves, 10 de mayo de 2007

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (XXII) "Un pequeño paso para el hombre..."







UN PEQUEÑO PASO PARA EL HOMBRE..
Rodrigo D'Ávila
Aquí ya soy algo mayor, al menos yo me siento como tal. He remontado sin esfuerzo mi primera década, alcancé digamos que en teoría lo que califican uso de razón y, cándido de mí, creo ya tengo plena conciencia de lo que soy - si es que alguna vez ésta se llegara a poseer -. Los recuerdos fluyen fáciles, simples, como en una película recién visionada, aunque he de reconocer que mi memoria se tiñe de blanco y negro - sin olvidar la gama de grises - precisamente las tonalidades del viejo Iberia, el televisor que acompañó algunos momentos de mi infancia y adolescencia como los que ahora pretendo evocar.

Ya es de noche, las postrimeras luces de este largo día de estío se han ido apagando con la pesadez del que anhelante espera. Al fin llegó el gran momento, la hora señalada. Quien todavía emocionado esto escribe, como millones de seres de toda raza, credo o condición, aguarda impaciente ante la negra pantalla a que aparezcan los últimos héroes de este siglo que ya hace tiempo cruzó su ecuador. Tres hombres como cualquiera de nosotros, que a miles de kilómetros están dispuestos a pisar una arena, ceniza y rocas que se sepa ningún hombre nacido de mujer haya hollado jamás. Amstrong y Aldrin se encuentran a unos minutos de posar este su humilde cuerpo, erguido desde tan sólo unos miles de años, sobre nuestro querido satélite en el “mar de la tranquilidad”; como han bautizado a esa inhóspita zona de la gran y mágica selene adorada desde tanto tiempo atrás por cuantos seres humanos han elevado, limpia, su mirada al cielo durante la negra oscuridad hallando en ella una guía, una compañera, puede que hasta una fiel amante.

Mientras yo, desde aquí, me siento afortunado por haber nacido a tiempo para vivir estos prodigiosos instantes.

Desde Cabo Cañaveral, Jesús Hermida nos introduce en lo que dentro de poco contemplaremos. Solemne y con la afectación que le caracteriza - por una vez justificada -, va desgranando los pormenores de lo que ha sido el viaje. Collins, arriba, aguardará en la nave principal a sus compañeros que, a bordo de un pequeño módulo, alunizarán para así pasear sobre la polvorienta superficie del área elegida.

Por fin aparecen difusas las primeras imágenes, transcurren unos minutos y Neil Amstrong pronuncia la célebre frase que ya quedará para la posteridad: “Un pequeño paso para el hombre...”

Desciende el último peldaño de la escalerilla, un brinco y... ¡ya está! Es entonces cuando mi imaginación vuela miles de kilómetros, cientos de años atrás. Es el amanecer de un luminoso día de otoño... Oculto tras la espesura y aturdido por mil sonidos observo una desértica playa de arenas marfil, unos barbados y mal encarados individuos, que se protegen tras corazas y yelmos, descienden temerosos de unas menudas falúas, mientras a su vez también son vigilados por varios indígenas que atemorizados no se atreven a dejarse ver. En efecto, me encuentro a finales del siglo XV, el lugar es una pequeña isla a la que Colón bautizaría “La Española”.

Ambos se me aparecían ya entonces como los únicos acontecimientos que resisten una mínima comparación, dentro de lo que ha sido el prolongado - o exiguo según se mire - itinerario del ser humano en esta tierra desde el principio de los tiempos.

Pero sigamos en la luna... Un silencio expectante embarga a cuantos contemplamos esas imágenes de un vacío inmerso en la nada absoluta que nos llegan desde más allá de las estrellas. Torpes, caminando en la ingravidez, los astronautas se desplazan al tiempo que levantan nubecillas de polvo. Durante un rato sobrecogidos tenemos noticia de lo que remotamente sucede; tan lejos... y sin embargo tan cerca. Sí próximos, porque a esos dos hombres cuya existencia pende de un tenue hilo de rudimentaria tecnología, los tenemos por algo propio. No hablan nuestro idioma, puede que tampoco compartan nuestras creencias, ni siquiera piensen parecido a como lo hacemos aquí, da lo mismo, ellos son nosotros y si se hallan en ese infinito remoto es precisamente por todos, por los que aquí quedamos.

Por aquellos días, gentes que conocíamos, mayores y no tan mayores, en cualquier caso desconfiados por naturaleza, dudaban de que cuanto habían vivido fuera cierto, de la veracidad de lo sucedido. No les cabía en la cabeza que ese periplo estelar, que aquel errático paseo no representara más que la mera escenificación interesada de un gobierno que, obedeciendo a quién sabe que ocultos intereses, hubiera montado la representación, mientras nosotros, súbditos del imperio, la asumíamos sin rechistar.

A veces, mucho tiempo después he pensado en ello, durante esas ocasiones en que sospechamos se montan guerras u otras actuaciones cuasi cinematográficas para consumo doméstico, como cortinas de humo desplegadas con el oscuro fin de desviar la atención de otras inconfesables cuestiones. Todo con afanes electorales o propagandísticos. Me da igual, si por ventura - mala ventura - por aquel entonces resultamos engañados en nuestra buena fe e ilusión y lo que inocentes contemplamos no fue más que un truco - que seguro no lo fue - apenas me consuela el pensar: ¡qué nos quiten lo bailao!

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