miércoles, 23 de julio de 2008

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (XLVIII) "Todo lo que siempre quiso saber..."



TODO LO QUE SIEMPRE QUISO SABER SOBRE COMO ROMPERSE LA CRISMA Y NO SE ATREVIÓ A PREGUNTAR
Rodrigo D’Ávila

Nunca me tuve por un trasto de esos a quienes sus progenitores no pueden perder de vista un momento. Ni tan siquiera por impulsivo, o al menos no más que otra gente de mi edad y mismas características. Sin embargo, podría colocar mi mano en el fuego -experiencia que, como podrán comprobar, ya poseo- para, aún sin consultar el libro Guinness, encontrarme en disposición de asegurar que durante mis años de niñez y adolescencia sufrí tal número de accidentes-incidentes que quien esto escribe bien pudiera figurar en lugar destacado del famoso volumen de records, concretamente en un apartado que podría titularse: “Las mil y una maneras de romperse la crisma”.

Sin que pretenda alardear de ello -no me tengo por imbécil- aunque sí a modo de curiosidad, me propongo levantar un somero inventario de aquellas peripecias que por su rareza, consecuencias o casi hilaridad de la situación, merezca la pena destacar en un texto como este. He de advertir que sin dificultad la lista podría ampliarse a otros sucesos que, o bien no recuerdo, o resultan tan simples que su descripción no tendría la entidad suficiente como para distraer, sufridos lectores, un sólo segundo de su valioso tiempo.

Sin otro orden que no sea el que imponen mis recuerdos, ahí va el prometido catálogo:

- Descenso en rapel sin cuerdas ni arneses: Como creo ya he referido en otra de estas narraciones, vivíamos en un tercero. Escaleras de madera, en el estado que imaginarán teniendo en cuenta su edad y uso durante tanto tiempo. Con los pocos años con que entonces contaba, mis subidas y bajadas por ellas casi lo eran a la misma velocidad. Una mañana salgo de casa de estampida, tropiezo y ruedo un largo tramo de escalones -a mí al menos se me hizo interminable-
Resultado: Herida abierta en párpado. Mínimos efectos para tan aparatoso desliz.

- No poner la mano en el fuego por nada ni por nadie: Cocina eléctrica bajo un ventanuco con repisa donde mi madre acostumbraba a colocar viandas, necesarias o no para el guiso que se propusiera cocinar. En el estante, plato de aceitunas que pedía a gritos un furtivo picoteo. Silla que arrimo al fogón para así alcanzar el irresistible reclamo. Apenas llego, me inclino un poco más, pierdo el equilibrio y…palma de la mano encima de placa al rojo vivo.
Resultado: Quemaduras de primer grado y dolor insoportable durante varios días.

- El oficio de mediador sólo para profesionales: Paseo de San Roque, al comienzo del parque. Mi hermano y otro se pelean, de las palabras pasan a las manos, intento separarles y uno de los dos -da lo mismo quien- lanza una piedra contra su competidor. La pedrada se la lleva quien ya imaginarán: el conciliador por jili…
Resultado: Diente roto, molestias durante varios días y el consiguiente mal trago de acudir al dentista.

- Emulando al gran Blume: Cama niquelada, cabecero y pies con barras en forma cuadrada o romboidal, en cualquier caso con aristas. Saltos y piruetas sobre el colchón. Mala caída y golpe con la barra en la sien izquierda.
Resultado: Pérdida del conocimiento -el escaso que me quedaba- y pitera en la sien. “Herida de guerra” que me acompaña desde entonces.

- Primer hombre en la luna: En realidad el primero en atravesarla. Verano, chalet en Navacerrada, visita a amigos de mis padres. Piscina en el jardín, atraído por sus cantos como de sirena salgo disparado hacia ella y atravieso la luna o cristal que hace las veces de pared. Sentado, quedan sobre mí los restos del vidrio que, como cuchillas y tambaleándose, amenazan con caer.
Resultado -por orden de mi aflicción-: Adiós a un gran día a remojo total, cicatrices en sien izquierda y muslo derecho, también para los restos.

- Involuntaria y pedestre cirugía plástica: Las jambas de los balcones de casa, en su parte baja interior y para la protección de la lluvia o el frío, disponían de una especie de láminas de algo parecido a la hojalata aunque de más consistencia -herrumbrosa con el paso del tiempo- con bordes afilados y amenazantes a la manera de cimitarras. Pues bien, no recuerdo de que manera, lo cierto es que caí sobre esos artilugios y me produje un corte en el lateral de mi entonces minúscula nariz.
Resultado: Abundante sangre, susto consiguiente para todos, inyección de antitetánica y cicatriz que, ésta sí, ha ido desapareciendo con el tiempo.

A estos incidentes, sin ser exhaustivos, se podrían añadir: múltiples caídas mientras corría/corríamos encima de ese entramado rocoso que existía y aún está en el Rastro sirviendo de base a la muralla, así como en ese que, prolongando el anterior, discurre por el paseo de San Roque; otros “guarrazos”, en innobles partes o no, se producían mientras saltábamos, de bolo en bolo o barra, encaramados sobre “La Palomilla” en el Mercado Grande, pero eso ya ha sido objeto de otra historia en esta misma serie.

Insisto, sigo pensando en que yo no era malo, ni inquieto, no más que cualquier otro. Por ello, no puedo evitar el pensar que cada cierto tiempo los hados, el destino o vaya usted a saber, se confabulaban de tal manera hasta provocar el accidente del que, en cualquier caso, siempre salí malparado aunque entero.

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