domingo, 12 de diciembre de 2010

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (LX) "Ese sentimiento tan peculiar"



ESE SENTIMIENTO TAN PECULIAR
Rodrigo D’Ávila





En muchas ocasiones el comportamiento del ser humano es grande, admirable, hasta sublime, adquiere tintes heroicos de sacrificio para con los demás; sí, ya sé que en otras, más de las deseables su actitud es miserable, rastrera, sádica y hasta genocida, ejemplos de ello los tenemos a cientos todos los días.

Hoy, desde estas líneas, voy a tratar su lado más hermoso, glosar un sentimiento que a muchos adorna y considero que hasta engrandece; una pasión que cuando no se utiliza como arma arrojadiza ni con aviesos fines de perjuicio para con aquellos que no sienten lo mismo, ennoblece a hombres y mujeres.

Los sentimientos que iluminan al ser humano van desde el amor a la tierra, a la familia -padres, hijos, esposa, incluso, sí créanlo, a veces a la suegra- hasta el cariño, o mejor, devoción por un santo, santa, cristo o virgen, por los que se daría la vida sin dudarlo.

Pero no, no es en esa clase de sentimientos en los que pretendo detenerme, sino otro mucho más prosaico, puede que banal y hasta mediocre, aunque ya verán como no es tan insignificante como pudiera parecer.

El afecto, inclinación o fidelidad a que me refiero es el amor hacia un equipo, sí no se rían, hacia un equipo de fútbol.

Esta pasión brota en los albores de la pubertad y, las más de las veces, te acompaña durante el resto de tu vida como fiel escudero al que acudes en los malos momentos y casi nunca te falla. Y no me digan aquello de "opio del pueblo" o “pan y circo”, porque no se trata de eso; como tampoco nunca se ha dicho lo mismo -salvando todas las distancias- de la música, el cine, el teatro o cualquiera otra de las artes.

Por supuesto que no es común a todos, así puede no gustarte ningún deporte y el sentimiento no alcanza esa enjundia que representa para otros; sin embargo, estoy seguro que a la mayoría de aquellos a los que el deporte ni fu ni fa, al menos prefieren que cuando se enfrenta a extraños siempre venza el equipo que representa a su terruño. Pues ese ya constituye el germen de este fervor.

Pero hablemos de fútbol en particular. Durante los sesenta y en nuestra tierra había aficionados del Madrid, Atlético de Madrid (atleti), Betis balompié, Atlético de Bilbao (atlethic), Barcelona y otros; si bien, por razones conocidas, la afición hacia estos dos últimos ha decrecido bastante.

Esta pasión, aunque parezca irracional y puede que lo sea (¿qué te va a ti en el hecho de que unos individuos en paños menores porfíen con otros por introducir una pelotita en un cubículo que denominan portería?) se mueve en otra dimensión, en la esfera de las emociones, de los sueños, de las sensaciones, de aquellas vivencias que no se pueden pesar o medir, ni siquiera razonar sobre ellas. Por ello, cuando alguien, desde un punto de vista lógico, censura estas actitudes parte con una ventaja o desventaja, según se mire, la de que no puede discutirse con él en el nivel en que plantea la controversia.

Resulta difícil de definir la sensación que experimentas al contemplar un partido de fútbol cuando uno de los contendientes es tu equipo. Se trata de un nerviosismo, de un cosquilleo que te acompaña desde que comienza el partido hasta el pitido final. Al terminar, los sentimientos que se agolpan van desde la satisfacción a la frustración o impotencia. Es curioso, por grande que sea la decepción que sientas, seguro, a poco que puedas, no te perderás el siguiente partido.

Por supuesto esta mística, esta noble emoción, se transforma en cerril e inhumana pendencia cuando hooligans, movidos por otras inclinaciones, se apropian de esta pasión para oscuros fines que nada tienen que ver con el fútbol. Pero esto también ocurre con las más nobles disciplinas. Me vienen a la memoria los casos de corrupción en el Palau de Barcelona, las catástrofes acaecidas en multitudinarios conciertos, el mercado negro en obras de arte, los plagios en la música y otras artes, las desgarradas envidias entre compositores de todas las épocas, y otras miserias y hasta delitos que encuentran su caldo de cultivo en el mundo llamémosle... de la cultura.

Lo cierto es que este sentimiento tan peculiar, que para el verdadero aficionado no tiene su origen en el dinero, el poder o cualquier otro espurio apetito, sino en el inocente y desinteresado amor por tu club, es uno de los pocos que se mantiene íntegro desde la niñez y a muchos acompaña con mayor o menor intensidad hasta el definitivo adiós a este mundo y, por supuesto, a los estadios de fútbol.

Y ahora disculpen debo terminar, es que… comienza el partido.
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