viernes, 15 de enero de 2010

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (LVI) ("Si hoy es 23 F esto es Neptuno)



SI HOY ES 23 F ESTO ES NEPTUNO
Rodrigo D’Ávila



Ha pasado los años, nos encontramos al comienzo de la década de los ochenta: 1981, más concretamente el 23 de febrero. Sí, ya sé que la fecha les sonará de algo, son de esas en que maldita la falta hace puntualizar el año. Igual que el 11 S, el 14 M, o si me apuran -y ya para iniciados- el 7 D (diciembre 1941, bombardeo a Pearl Harbor) o bien el 28/29 O (octubre1929, lunes-martes negro, crak de Walt Street). No cabe duda que nos hemos aficionado a las siglas hasta sobrarnos las palabras, tanto que al oír alguna de ellas, además de producirnos un cierto escalofrío, el sólo citarlas nos permite recordar con facilidad donde estábamos y que hacíamos en ese momento.

Pues bien -sin que suene a petulancia- he de decir que el 23 F yo estaba allí, no en el interior del Palacio de la carrera de San Gerónimo, pero casi. Por ello, creo que -por supuesto- la relevancia del hecho mismo y también la anécdota, la casualidad de lo que a mí directamente atañe, merecen le dediquemos unas líneas y ya puestos comenzar la historia desde el principio.

Ese día, muy de mañana, había arribado a Madrid, el motivo: asistir a un curso de perfeccionamiento en lo mío, el derecho administrativo. Recién terminaba de entrar en la administración pública y, cargado de la ilusión propia de la edad y del nuevo estado, comenzaba esa misma jornada las clases que anhelaba disfrutar como una prolongación a la carrera universitaria terminada apenas tres años atrás.

Dejé el equipaje en el hotel y, minutos antes de las diez, me encontraba en la puerta del lugar donde se impartirían las clases, en la calle Santa Engracia, muy cerquita de Alonso Martínez.

El día transcurrió con normalidad, aunque si bien es cierto que la situación política era de por si bastante crispada (dimisión del Presidente del Gobierno, atentados de ETA y GRAPO, mini golpe de estado abortado…) nada hacía presagiar lo que horas después ocurriría.

Terminamos hacia las seis y, como quiera la primavera se había adelantado obsequiándonos con una magnifica tarde (aunque he de decir que en Madrid-ciudad yo jamás sentí frío), opté por regresar al hotel dando un paseo. Bajé por la calle Génova hasta la Castellana con la idea de continuar hasta el paseo del Prado. Ya por entonces se escucharon las primeras sirenas de los vehículos de la policía al tiempo que vi pasar muchos de ellos a todo gas, como si fueran a apagar un incendio, lo que en cierto modo y como más tarde supe era su misión.

Algo ha ocurrido, pensé para mí, no obstante en la juvenil audacia que entonces me adornaba continué la caminata, aunque la prudencia aconsejara dirigir los pasos justo en sentido contrario al que llevaban los del chocolate con porras, como entonces se conocía a los agentes del orden.

Así, unos minutos más tarde alcancé la plaza de Neptuno la que se encontraba cortada por la policía en su dirección a la carrera de San Gerónimo. Allí coincidí con bastante gente que se arremolinaba expectante con los ojos puestos en el palacio de las Cortes. Un segundo cordón, éste de Guardia Civil, se situaba metros más allá cerca del palacio, también los había en edificios cercanos y en el mismo tejado de aquél.

La confusión era notable, nadie acertaba a explicar lo que ocurría, fue entonces cuando un rumor emergió y corrió de boca en boca: ETA ha ocupado el Congreso de los Diputados y mantiene secuestrados a éstos y también al Gobierno en pleno. Para mejor situarnos, recordaré que en ese momento se votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como nuevo Presidente del Gobierno, tras la dimisión de Adolfo Suárez.

Mientras el gentío se multiplicaba en los alrededores de la fuente de Neptuno, contemplé a varios vehículos oficiales traspasar el cordón policial y detenerse ante el hotel Palace descargando autoridades, precisamente las que permanecían en libertad por encontrarse fuera del Congreso en el momento del golpe. Así reconocí, entre otros, al Director de la Seguridad del Estado (abulense por cierto) y a los Directores de la Policía y Guardia Civil.

No pretendo dármelas de aprendiz de Nostradamus si afirmo que tenía claro, fuera lo que fuese lo que sucediera dentro del Palacio, que me encontraba viviendo en primera fila - aunque paradójicamente bastante desinformado- unos momentos históricos para el devenir de nuestro país.

Por fin, a eso de las ocho, la policía cargó contra los ya miles de personas que rodeaban - al seguro que perplejo- Neptuno para disolver aquella manifestación en ciernes que espontáneamente se había organizado. Ni que decir tiene que fui uno de los primeros en salir corriendo, mientras recordaba tiempos no tan lejanos en que mi/nuestros perseguidores, mis/nuestros miedos eran una informe -aunque de uniforme- masa gris.

Llegué al hotel y allí, en recepción, me relataron lo ocurrido, lo que todos conocemos. El final ya se sabe. Lo cierto es que en aquellas horas y las siguientes hasta bien entrada la mañana del 24 F, se decidió el futuro de España y puede que también, aunque para cada cual en diferente medida, el de todos.

domingo, 10 de enero de 2010

UN VIAJE A LA NOSTALGIA " (LV) "El hombre tranquilo"


EL HOMBRE TRANQUILO
Rodrigo D’Ávila



Allá por la primavera de mediados de los sesenta mi itinerario matutino camino del Instituto discurría, entre otros lugares, por el jardín de San Roque; no recuerdo ahora el motivo -supongo serían obligaciones docentes- sin embargo, seguro estoy de que al menos durante un par de semanas hube de transitarlo antes de lo habitual, a primerísimas horas de la mañana, definitivamente antes de las ocho.

¿Y a cuento de qué aparece ahora esta tempranera evocación? No, no se trata de que pretenda auto-imponerme medallas al trabajo -sin tampoco considerarme un dormilón- no era yo de los que comenzara la jornada a maitines sin verme obligado a ello.

No más preámbulos, diré que la puerta abierta para este entrañable retorno al pasado ha sido un cuadro, sí una pintura que hace poco y por casualidad vi colgada en una galería de arte contemporáneo.

El motivo: un paisaje, un panorama bucólico en el que aparecía un valle -probablemente en primavera- con cereales, algún árbol, amapolas y demás aditamentos que suelen adornar aquéllos. Una vista común y al alcance de cualquier lugar del mundo.

Durante aquellos quince días, o mejor diez que en realidad eran los lectivos, en un recodo del jardín y sospecho que a cobijo de pelmazos, coincidí con un pintor que, ante su lienzo sobre el caballete, observaba el Amblés -cuando por entonces la visión desde el parque hacia el sur era la práctica nada-. Artista digo, que en calma y como si el tiempo no pasara, igual que si fuera el último hombre sobre la tierra, ajeno a todo se afanaba en su incomparable tarea creativa.

Desde el primer día en que me crucé con él y hasta el último en que por la razón que fuere deambulé a tan intempestivas horas a través de aquél idílico lugar, no dejé uno sólo de pararme a su vera y contemplar durante un rato el progreso de su obra.

Apenas cruzaba dos palabras de saludo con aquel hombre grande -a mí así me lo parecía- y seguro que, no me pregunten porqué, también gran hombre de larga melena y barba asimismo blanca, ataviado de blusón que en su día fuera negro salpicado por gotas que formaban un arco iris en pasta multicolor. En silencio, imperturbable, bañado todo él por esa increíble luz del amanecer abulense, aquel individuo continuaba dando forma a su creación.

Un día deje de pasar por allí tan temprano, lo haría mas tarde y él ya no estaba -pudo terminar su trabajo y no volver- lo cierto es que jamás lo volví a ver, nunca supe su nombre, tampoco conocí su obra más allá de aquella tela que día a día vi tomar forma y color, crecer en fin, no obstante a pesar de los años trascurridos no he olvidado la pintura ni el autor.

Pues bien, ese mismo paisaje es el que días atrás, en calma, tranquilo como aquel enorme y puede que bohemio artista, he vuelto a contemplar. Lo curioso es que el motivo había cambiado, o al menos lo que yo veía: al fondo el valle, más atrás el caballete y en primerisimo plano, casi saliendo del cuadro, el artista con un blusón que quería ser negro y a su lado, también de espaldas y con su inseparable mochila al hombro, un niño de pelo rubio que absorto mira el lienzo.
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