domingo, 5 de octubre de 2008

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (L) "Un oasis en el portal"


UN OASIS EN EL PORTAL
Rodrigo D’Ávila




Hasta hace unos cuantos años, posiblemente coincidiendo con la inauguración del embalse del Voltoya, siempre existieron problemas en el abastecimiento de agua a nuestra recoleta villa; si nos atrevemos en la comparación, la demanda, significativamente menor que en la actualidad, representaba un mínimo consumo no sólo deudor de la obvia desigualdad en cuanto al volumen de población.

La sequía y su consecuencia, los cortes periódicos en el abastecimiento, constituían una constante, algo así como viejos y fieles compañeros en los estíos de entonces.

Ocho, doce y hasta dieciséis horas diarias sin agua domiciliaria adornaban las vacaciones de muchos y soliviantaban a casi todos, en especial a los denominados “veraneantes”, familias con raíces aquí que, en su mayoría, procedían de la vecina capital de la Villa y Corte. Se trataba de aquellos veraneos de dos y hasta tres meses de duración, al menos para la cónyuge e hijos sin obligaciones en Madrid mientras llegaba el comienzo del nuevo curso escolar.

Esta situación, como comprenderán, se convertía en un incordio ya que coincidía con el periodo en que el termómetro, inmisericorde, alcanzaba las mayores cotas. Bien es cierto que tan sólo durante el día, pues de todos los nativos es sabido que rara era la noche en que no refrescaba lo suficiente como para que el calor se conviertiera en obstáculo de un plácido descanso, por supuesto sin el auxilio de climatización alguna, sistema éste prácticamente desconocido por estos lares. Antes al contrario, tras la puesta de sol en demasiadas ocasiones muchos/as debían recurrir a la popular rebeca o jersey que previsoramente reposaba sobre los hombros de los avisados conocedores de las noches estivales de esta tierra.

Pero me he desviado de lo fundamental que no era otra cosa que la sensación de sed, esa que - en sentido metafórico - sufríamos entonces debido a que los cortes de suministro de agua eran bastante habituales y, para más inri, con desesperante asiduidad durante las horas en que llegaba a las casas no lo hacía a todas. Así, en las plantas altas (a partir del 2º o 3er piso, sí, esas eran elevadas para entonces) especialmente en los edificios situados en las zonas más empinadas de la ciudad ni siquiera gozábamos de la presión suficiente como para verla aparecer en nuestras pilas, bañeras o lavabos.

Esta última experiencia, a mayores sobre los cortes de agua que a todos afectaban, la sufrimos unos cuantos, entre los que me incluyo; y puedo asegurar que se trata de una sensación ciertamente frustrante.

La solución, con sus connotaciones folklóricas y lúdicas al menos para los más pequeños, fue la apertura de grifos en los portales de las viviendas al objeto de que los vecinos de los pisos más altos pudieran abastecerse de su ración diaria de agua.

A partir de la hora señalada daba comienzo una especie de romería. Formábase la espontánea cola en la que todos con su recipiente al ristre - el tamaño dependía de la fortaleza y edad de cada cual - aguardaban para recoger esa especie de maná moderno (no por su indiscutible necesidad, sino por las especiales circunstancias que concurrían en su recolección).

Ésta se nos aparecía como una incidencia más en los veranos de los sesenta y, al menos para nosotros, los niños de entonces - a los mayores maldita la gracia que les hacía - representaba momentos de juerga y alborozo a la par que de sustitutivo por un rato de los inocentes juegos de la época.
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