viernes, 14 de marzo de 2008

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (XLIII) "Recuerdos desde el arco iris"




RECUERDOS DESDE EL ARCO IRIS
Rodrigo D’Ávila






"ACETONA: Es el aumento de cuerpos cetónicos en sangre. Trastorno leve que aparece con cierta frecuencia en algunos niños y suele guardar relación con periodos de enfermedad, vómitos y fiebre.

La acetona es una sustancia que se produce en el organismo cuando las grasas se queman de forma incompleta.

La forma de tratar esta enfermedad es administrando azúcar al niño, mediante la aportación de líquidos azucarados con mucha frecuencia y en pequeñas cantidades (agua o zumo con azúcar, Coca-Cola etc.)"


Hasta aquí la ciencia, algo que por supuesto desconocía cuando, seguro que antes de los cuatro años, sufría estos ataques con cierta asiduidad, y en mi caso acompañados de una súbita pérdida de consciencia.

El recuerdo me devuelve aquellos tiempos en cama con fiebre y vómitos, todo ello envuelto de una mística onírica, deudora de la enfermedad y puede que también de mi imaginación.

Solícitos conmigo, mis padres instalaron una cama-mueble en el cuarto de estar para así tenerme cerca y además pudiera disfrutar de las limitadas distracciones de entonces: la radio, el giradiscos o tocadiscos -todo en uno gracias a la famosa radiogramola Phillips- y la conversación que con fruición proporcionaba la gente de la casa asistida de la conocida costumbre de aquel tiempo que no era otra que “las visitas”.

Retornan a mi memoria melodías -cuya letra aún recuerdo- de Mara Lasso, Luis Mariano, Sara Montiel; y también otras sintonías como la banda sonora en castellano de la película Peter Pan o la original en inglés de “Seven brides top seven brothers” (“Siete novias para siete hermanos”) un musical de Broadway que luego fue un excelente film con extraordinarias canciones y coreografía, cuyos protagonistas principales eran casi más cantantes que actores (Howard Kell y Jane Powell) y el resto bailarines. Todos, ni que decir tiene, eran discos vinilo, pero pequeños, singles que se decía entonces.

Allí, en aquel cuarto con galerías que miraban al valle Amblés y permitían que el nada huraño sol de las tardes de invierno inundara hasta su precoz puesta aquella estancia de balcones colgados al inmenso valle que se abría a nuestros pies, transcurrieron un buen puñado de momentos de lo que popularmente se conoce como más tierna infancia.

De repente sonaba el timbre de la puerta, indefectible y cada día a la misma hora aparecía mi sobresalto diario: el practicante. Provisto de una pequeña cartera de cuero, que abría nada más llegar, desplegaba su arsenal encima de la mesa. Una mínima cajita de metal, cuya base llenaba de alcohol, servía para hervir jeringa y agujas. En efecto, como habrán adivinado se trataba del banderillero para mis pobres posaderas. La cajita con la inyección de Acetuber aguardaba, con una minúscula sierra cortaba el cristal y el émbolo sorbía ávido el viscoso líquido blanquecino. Primero un cachete, luego el pinchazo en todo lo alto y para terminar la lenta y dolorosa entrada en mi cuerpo de aquel elixir del averno.

En realidad no es que doliera demasiado, o mejor, que el sufrimiento se prologara en exceso, lo que me preocupaba y al tiempo creaba un cierto estado de ansiedad era que lograra mantener mi más que bien ganada fama de valiente, no debía escaparse gesto o mueca alguna que arruinara mi prestigio. En el fondo todo era una cuestión de imagen.

El episodio finalizaba cuando mi madre me administraba un terrón de azúcar al que, previamente, había bautizado con unas gotas de no recuerdo que potingue. Vamos, como el premio al caballo después de una triunfante carrera.

De cuando en cuando, durante los más agudos ataques de acetona, sufría desvanecimientos -cual heroína de novela rosa del XIX- que me sumían en un sopor preñado de fantasías, sueños cálidos, felices... que se alternaban, intermitentes, con horribles pesadillas.

Hoy en día mi memoria mezcla involuntaria evocaciones y sueños, hasta el punto de que en ciertos pasajes no acierto a distinguir realidad de ficción. Aunque… pensándolo bien, ¿no vendrán a ser la misma cosa?

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.