jueves, 14 de febrero de 2008

UN VIAJE A LA NOSTALGIA (XLII) "El día de los cristales rotos"




EL DÍA DE LOS CRISTALES ROTOS
Rodrigo D’Ávila





Para que se comprenda, en toda su dimensión, el incidente que voy a relatar, debo, con carácter previo, llamar la atención sobre mi inveterada afición al “agua”, y no sólo en su primera función -beber-, aunque también, sino para su disfrute en ella sumergido. Y más aún, cuando recién terminaba de aprender la práctica de este apasionante deporte.

Tendría... cuatro o cinco años, época de los sesenta. Esa mañana, acompañado de mis padres y hermano menor, acudí de visita al disfrute de un maravilloso día de verano en un chalet que unos amigos de mis padres poseían en Navacerrada. Eso que entonces se llamaba “veranear”.

Nada más arribamos, y mientras los saludos pertinentes entre ellos, salí corriendo en pos de aquella idílica piscina que ya desde el salón se divisaba. Pensé, o a lo mejor ni eso, que nada existía que pudiera interponerse entre mi pasión por el agua y el agua propiamente dicha. ¡Craso error fue aquél! Atravesé, porque afirmar que llegué, además de apear de tal honor al inefable pionero Neil Amstrong, no sería exacto pues literalmente traspasé la luna o cristal que de pared hacía las veces.

Allí, sentado y sangrando, quedo rodeado de vidrios, algunos colgando amenazantes sobre mi cabeza cual afiladas cimitarras, mientras oigo a lo lejos una voz que me suplica: ¡No te levantes por Dios!

Puedo jurar que no lloré, y si por mala ventura alguna furtiva “lácrima” se me pudo escapar, puedo atribuirla sin rubor, no al sufrimiento, ni siquiera al ridículo, sino al hecho de comprender en ese mismo instante que un inolvidable día de estío “a remojo total” se me esfumaba sin remedio.

Para martirio “tántalo”. ¿La gota malaya? ¿Palillos entre las uñas? ¿Acaso descargas eléctricas en innobles partes? Qué va, qué va. ¡ÉSTE que acabo de relatar!

Ahora, supongamos por un momento que el cronista de este suceso no fuera yo mismo, el protagonista, sino “algo” de fuera, algo absurdo dotado de mucha más objetividad, brillantez y transparencia. Por ejemplo, el objeto involuntario de mi desgracia. Si en un ejercicio de imaginación, lo inverosímil lo convertimos en cierto y posible, la historia pudiera ser más o menos como sigue…

“Alguien ha llegado a la casa, los anfitriones han salido al porche. Se escuchan gritos de niños mezclados con los saludos de bienvenida propios de la ocasión. Pero... un momento, parece que todos se acercan hasta la sala principal.

Veo una pareja y dos chicos desconocidos, junto a los dos adultos y niños que conozco de todos los días, viven aquí. Ya están ahí, entran en la amplía sala. Pero... ¿Qué hace ese niño? Empieza a correr como un poseso. ¡Viene hacia mí! ¡Para, por favor! ¡Estás loco! Salto hecho añicos. Ha abierto un enorme boquete y debajo queda sentado, le rodean cientos de mis partes y por encima no puedo evitar que, inestables, cuelguen sobre su cabeza mis restos que ahora son como cuchillos. ¡Ni se te ocurra levantarte!

Está atontado, la herida de la pierna bombea sangre a borbotones, también de la cabeza comienza a manar un hilillo que enseguida se convierte en río bermellón.

Ya le auxilian, por fortuna no se ha levantado. Ahora ayudado se pone en pie, al tiempo que le taponan con toallas las heridas. Parece lo llevan a un médico que vive cerca.

Siempre pensé que tenerme tan limpio, tan impoluto pese a que a todos nosotros nos gusta y por mucho que lo agradeciera, iba a traer más de un disgusto. Ya algún adulto había dado con sus napias contra mí.

Han transcurrido las horas, ahí sigue, tumbado en esa hamaca y vendado... parece una momia. Pobre, contempla con envidia como los demás niños juguetean en el agua. Lo tengo frente a mí, su mirada perdida seguro imagina lo que pudo ser y no fue, el deseo irrefrenable por el disfrute inmediato de su pasión ha provocado que se pierda el mismo goce. Si pudiera hablar le diría que la pretensión de engullir la vida a bocados tiene estas cosas. A veces la vida no se deja comer con tanta facilidad.”
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.